¨Haceme un gancho acá¨
A veces resulta paradójico que un garabato tan similar a una cucaracha, o a la representación de los resultados de un accidente automovilístico, pueda llegar a tener un gran peso legal. La firma, señores, es representativa de nuestra persona, pero no deja de ser un movimiento esquemático de escaso valor artístico.
Uno comienza tomándolo como un juego, en la primera adolescencia, propinándole deformaciones a nuestro nombre y apellido, iniciales, agregándole firuletes y ornamentaciones. Y, cuando queremos acordarnos, de aquel garabato que hemos adoptado como marca personal en un ejercicio lúdico, ya ha figurado en una nutrida cantidad de documentos, dedicatorias, actas de presentismo, citatorios judiciales, y demás eventos sociales y/o burocráticos.
¿Es posible cambiar a esta altura, ese garabato que surgió de en nuestra adolescencia? Merced a nuestro desconocimiento de la vida adulta, sin tener en cuenta que el día de mañana uno será gerente de compras en IBM y no puede firmar los documentos corporativos con un simpático ¨El Cholo¨ adornado con un par de garabatos.
Está en duda realmente hasta cuando es que se puede cambiar de firma. ¿Cuando es demasiado tarde? Quien va a venir a constatar si la firma que improvisé al entrar de stopper cuando jugamos Alte. Brown contra San Miguel , es la misma que figura hoy en día en mi documento, o si es la misma que hice en los teóricos de epistemología genética de la facultad (si de todas maneras me he quedado dormido, cual foca).
Otra de las cosas que me llama la atención de este icono gráfico, es lo poco que se parecen las firmas que uno ha hecho durante su vida, al menos es lo que revela mi experiencia personal. ¿Cómo determinar si he sido yo el que ha firmado ese documento que indica que me entrego como esclavo a un turista Pakistaní, o si realmente ha sido otra persona?. Si ni yo mismo puedo hacer que la repetición de mi propia firma resulte parecida.
Seguiré meditando sobre este asunto mientras resuelvo este problemita legal. Regreso en breve.
Uno comienza tomándolo como un juego, en la primera adolescencia, propinándole deformaciones a nuestro nombre y apellido, iniciales, agregándole firuletes y ornamentaciones. Y, cuando queremos acordarnos, de aquel garabato que hemos adoptado como marca personal en un ejercicio lúdico, ya ha figurado en una nutrida cantidad de documentos, dedicatorias, actas de presentismo, citatorios judiciales, y demás eventos sociales y/o burocráticos.
¿Es posible cambiar a esta altura, ese garabato que surgió de en nuestra adolescencia? Merced a nuestro desconocimiento de la vida adulta, sin tener en cuenta que el día de mañana uno será gerente de compras en IBM y no puede firmar los documentos corporativos con un simpático ¨El Cholo¨ adornado con un par de garabatos.
Está en duda realmente hasta cuando es que se puede cambiar de firma. ¿Cuando es demasiado tarde? Quien va a venir a constatar si la firma que improvisé al entrar de stopper cuando jugamos Alte. Brown contra San Miguel , es la misma que figura hoy en día en mi documento, o si es la misma que hice en los teóricos de epistemología genética de la facultad (si de todas maneras me he quedado dormido, cual foca).
Otra de las cosas que me llama la atención de este icono gráfico, es lo poco que se parecen las firmas que uno ha hecho durante su vida, al menos es lo que revela mi experiencia personal. ¿Cómo determinar si he sido yo el que ha firmado ese documento que indica que me entrego como esclavo a un turista Pakistaní, o si realmente ha sido otra persona?. Si ni yo mismo puedo hacer que la repetición de mi propia firma resulte parecida.
Seguiré meditando sobre este asunto mientras resuelvo este problemita legal. Regreso en breve.